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La gran mutación del dopaje en el ciclismo

El tópico, la imagen trillada, la hipérbole, era finalmente cierta: en efecto, los ciclistas, algunos por lo menos, están hechos de una pasta especial; y, si no de una pasta, pues al fin y al cabo se les puede considerar seres humanos, sí de una carne y una sangre especiales, diferentes de las de los demás mortales.

Y, además, especiales de una manera muy especial, muy organizada y colectiva, con valores en su sangre que se mueven por oleadas, por modas. Mientras todos los estudios de los expertos señalan que la máxima variación que el hematocrito —la parte sólida de la sangre, los glóbulos rojos— de una persona puede sufrir por causas biológicas o temporales, no patológicas, alcanza como máximo un 15%, el hematocrito de decenas de ciclistas de cualquier edad y condición experimenta sobresaltos de hasta el 30% y sólo en unas semanas de tiempo. E igualmente su hemoglobina —la molécula que transporta el oxígeno—, que puede variar entre un 20% y un 40% cuando la de otros humanos baila como mucho con una fluctuación del 10%.

Y las modas. En 2001 y 2002 la tendencia de los corredores del pelotón mundial —ciclistas de todo tipo, desde júniors hasta profesionales, de carretera, de pista y de montaña— era contar con un elevado porcentaje de reticulocitos, glóbulos rojos recién nacidos; mientras que en 2003 y 2004 la moda era la contraria: mejor sangre adulta, con poquitos reticulocitos. Mario Zorzoli, el hombre que más sabe de la sangre de los ciclistas -lleva diez años procesándo los datos que le llegan de miles de análisis anuales— ha publicado un artículo científico con los datos recogidos, un informe que, con el mismo derecho que cualquier otro, que, por ejemplo, el palmarés de las grandes pruebas, las estadísticas de los grandes corredores, podría valer para dibujar un mapa, triste, del ciclismo en lo que va de siglo XXI. En este caso, sin embargo, se trataría más bien de la cartografía de una infamia.

En marzo de 2002, varios esquiadores, entre ellos el español de origen alemán Johann Muehlegg, dieron positivo en los Juegos de Salt Lake City por Aranesp, una EPO de larga duración que se creía indetectable. Poco después, y como guiados por un resorte, los datos de los controles de sangre que rutinariamente llevan a cabo los inspectores de la Unión Ciclista Internacional (UCI) de madrugada la víspera de las carreras, empezaron a variar de golpe: el reticulocito de los corredores, cuya media anteriormente era superior al1%, había descendido por debajo del 1% e incluso los datos de casi 200 análisis, el 10% del total, indicaban reticulocitos por debajo de 0,4%. “Estos valores, asociados a un incremento de hemoglobina, nos conducen a la conclusión de que un número de corredores han cambiado la manera de doparse manipulando su sangre”, explica Zorzoli, médico suizo y responsable de los controles de salud de la UCI. “Los deportistas dejaron de utilizar Aranesp, que es más potente que la EPO y llevaba a los reticulocitos a las nubes, y también la EPO por vía intravenosa, a altas dosis, y pasaron o bien a las microdosis de EPO, por vía subcutánea, o bien a las transfusiones de sangre, cuyos efectos se sabe que se caracterizan por pocos reticulocitos y mucha hemoglobina”.

Todos los deportistas con tales resultados anormales o con una curiosa evolución de sus parámetros, son considerados sospechosos de dopaje sanguíneo y se someten a controles dirigidos en busca de EPO o de pruebas de transfusión. Sin embargo, dado que no hay análisis capaz de detectar las autotransfusiones y que los de EPO en orina sufren de una escasa ventana de detección, el número de positivos es muy inferior al que desearían las autoridades. Zorzoli, en su artículo, habla incluso de cómo tardaron más de dos años en cazar a un ciclista con unos parámetros sospechosísimos. Una sangre curiosísima, por lo menos: al comenzar una carrera, en julio de 2002, sus altos hematocritos y reticulocitos (2,3%) le hicieron merecedor de un seguimiento individualizado. Mediada la carrera, no sólo su hematocrito no había bajado un3%, que sería lo normal, sino que se había disparado mientras que sus reticulocitos casi habían desaparecido(0,3%). Eran valores que probaban de manera indirecta inyecciones de EPO durante la carrera: sin embargo, sólo en mayo de 2003 resultó el ciclista positivo en un control. Sin embargo, la confirmación de que su análisis de los datos no era errónea y de que la circulación de la EPO y de las transfusiones no era sólo un asunto de rumores le llegó a Zorzoli, y al mundo entero, en mayo de 2006, con la caída de la organización de Eufemiano Fuentes con la Operación Puerto.

Las bolsas de sangre que provocaban el baile de valores, la pasta especial de algunos ciclistas, existían de verdad, así como las tablas y las programaciones para doparse con EPO y otras sustancias a lo largo de la temporada. Se inauguró entonces una nueva tendencia para los valores hematológicos en la temporada 2006-07, pero Zorzoli no quiere explayarse mucho sobre los datos que le llegan a su despacho en Suiza. “Sólo puedo decir que los valores se están normalizando, que los reticulocitos están volviendo a subir”, explica Zorzoli.Osea, hay menos transfusiones. “Pero no quiero decir si tengo datos que permitan pensar que el dopaje sanguíneo se hace ya de otra manera”, advierte.

Fuente: El Pais, miércoles 5/07/2007 (Carlitos)